viernes, 9 de mayo de 2008

Marité

Desde el desdoblamiento en tercera persona habilitado por la tradición Pauls, me pronunció. En relidad, Marité se pronuncia. Siempre consciente y respetuosa de la importancia de la moral de la familia, la suya y -a veces- la única. Sabe que la recuperación del linaje (siempre suyo, siempre único) procede de -y deviene en- una tradición europea y europeizante cuya instancia de concreción por antonomasia pareciera ser el anecdotario del maravilloso Claudio. Pero Marité es una “chica moderna” condenada a su realidad moderna y a su estilo moderno; Marité quiere modernizar y modernizarse. Para esto, dedica largas horas de su cotidianeidad a los sistemas de mensajería instantánea: ya Messenger, ya sms. Y justo ahí, en plena cotidianeidad, ocurrió la siguiente quimera. Siente (Siento) la obligación de la trasposición de tal acontecimiento a la narración para que las futuras generaciones de Pauls logren un estampa realista de sus antepasados.

Así, aparece la notificación del nuevo contacto y la inevitable posibilidad de aceptarlo o no. Claro, el no distinguir ni el nick ni el mail hizo de Marité una víctima de la curiosidad y quiso que fuera un aceptar. Un poco por su aflicción a los cuentos de hadas, Marité cargo a la potencialidad del nuevo contacto de una connotación positiva, cuasi principesca. Ella: al acecho. Él: online. (Marité no sabía que fuera un él, aunque después efectivamente lo fué, pero siempre prefiere que lo sean, no vale la pena incurrir en lo que respecta a la líbido de Marité en este episodio.) Con la impertinencia de su modernidad y cierta tendencia al anticlímax, pregunta, sin ningún preámbulo: “Disculpá, ¿quién sos?” Vale aclarar que el avatar de él no tenía ningún matiz autorreferencial, la impertinente pregunta era la única forma de esclarecer el misterio. Él responde: “Juan…”

No hace falta ser ningún Auguste Dupin para llegar a la deducción lógica de que un simple “Juan…” no aclara nada. Marité solicita más información. Él le envía un archivo, una foto, una imagen, su imagen y la de él (también la de un tercero que no tiene relevancia alguna en el relato).


Era la pequeña Marité de 16 años, virginal, inmaculada, inocente. Era Juan, aquel basketballista que… un verano.

¡Qué fuerte! A Marité le había llegado “el llamado del día siguiente” cinco años más tarde. Muchos “lol” después, Juan (él) pregunta: “¿Cómo va medicina?” Que sólo produjo muchos “lol” más. Y así, en la misma instancia trivial de la que surgió, termina esta deleznable aventura de la versátil Marité: cogedora de basketballistas, estudiante de medicina, miembro de la familia Pauls.

PD: Obvio que no es el de camisa abierta.

1 comentario:

aaaaa dijo...

el hombre sabe cuantas mujeres le pertenecen.